19 de noviembre de 2007

Reflexiones sobre la XVII Cumbre Iberoamericana

por Charo García de los Ríos
Una vez terminada la XVII Cumbre Iberoamericana, desarrollada en Santiago de Chile durante los días 9, 10 y 11 de noviembre, ésta no pasará a la historia por el pacto logrado por la cohesión social, más bien, y gracias a su histriónico anecdotario, como una razón más por la cuál los ciudadanos de la región continúan desencantados con la clase política.

La Cumbre Iberoamericana, como sistema de reuniones de los Jefes de Estado de los países de América Latina, España y Portugal, se originó en el marco de la conmemoración de los 500 años de la conquista de América, también denominado el encuentro entre dos mundos por razones de corrección política. En ese entorno, España planteó la iniciativa de convocar una Cumbre Iberoamericana. México acogió con gran interés esa iniciativa y propuso dar a la Cumbre un sentido político, con vistas a identificar espacios comunes para lograr una mayor coordinación y cooperación entre los países iberoamericanos.

Excepto las tres primeras cumbres, todas han girado sobre un tema. Las reuniones de la XVII Cumbre fueron convocadas con el principal objetivo de conseguir situar la lucha contra la marginalidad social como tema prioritario en la agenda política de los países de la región. La desigualdad social es una matriz compleja donde interfieren dimensiones tales como raza, etnia, género, educación, trabajo. La situación opuesta a la marginalidad, es decir, la inclusión, es el derecho de cada individuo a disfrutar de una ciudadanía plena en términos políticos y sociales, o lo que es lo mismo, el derecho a participar libremente en el debate político. La participación ciudadana genera cambios en la estructura política que tienden a reflejar la realidad social del país con mayor afinidad. Cuando existe debate político los partidos se ven obligados a rendir cuentas ante sus colegas, ante una oposición organizada. Se garantiza entonces la libertad de asociación, la libertad de expresión, el voto secreto, la transparencia en la gestión... El único sistema político que garantiza la participación y el debate político es la democracia. Por tanto, las estrategias que favorecen el desarrollo de la democracia, o lo que es lo mismo, favorecen las oportunidades para el debate político y la representación ciudadana, son las mejores estrategias en la búsqueda de la cohesión social.

En este sentido, y obviamente desde un punto de vista macro, la XVII Cumbre Iberoamericana es un paso de gran importancia en el camino de la democracia de calidad. En el compromiso final al que se han adherido todos los países participantes, se han recogido - entre otros asuntos- acuerdos para desarrollar políticas públicas culturales que contribuyan al ejercicio de la ciudadanía y al sentido de pertenencia, a través de la defensa y la promoción de las identidades, la memoria y el patrimonio cultural, para asegurar la participación en la vida política de los países iberoamericanos de personas y pueblos indígenas y afro descendientes, para crear junto con la ONU un Observatorio de Igualdad, para promover a través de la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos) una estrategia para facilitar el acceso y la calidad de la educación y la formación profesional, para facilitar el acceso universal a los medicamentos, para desarrollar la educación pública invirtiendo en infraestructura educativa y formación docente. Y por último, para apoyar las iniciativas de canje de deuda por inversión en educación.

Durante la sesión de clausura, una vez manifestada de forma reiterada por todos los integrantes la importancia crucial de la democracia, y las necesidades estándares democráticos, son estos mismos mandatarios los que han ofrecido un espectáculo poco oportuno. Así, en vez de hablarse de los logros alcanzados hacia la convergencia social de la región, la imagen del Rey de España haciendo callar a Hugo Chávez ha acaparado portadas a nivel nacional e internacional como uno de los principales episodios de la Cumbre. Esta anécdota ha puesto de manifiesto la debilidad y falta de seriedad de los mandatarios de la región, su poco liderazgo, la poca autoridad y la poca capacidad de enfrentar situaciones críticas. Es inevitable la comparación de este incidente con otro similar ocurrido en el 2004, también en la asamblea de clausura, esta vez de la Cumbre de las Américas, celebrada en Monterrey. El entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, frenó cortésmente al presidente de Bolivia en aquella época, Carlos Mesa, quién emplazó a Chile a debatir su aspiración marítima. Lagos le invitó a discutir temas de futuro y le emplazó, "y si de diálogo se trata, ofrezco relaciones diplomáticas aquí y ahora", lo cual motivó el aplauso cerrado.

No sólo se trata de un comportamiento pintoresco más del presidente Chávez; sino otra prueba de posicionamiento como no demócrata, pues en democracia existe el debate político o lo que es lo mismo, se escucha, después se pide la palabra y ahí se rebaten los argumentos del oponente. De igual forma, el Rey de España perdió la serenidad y las formas poniéndose a su misma altura; mientras que, en su papel de moderadora, la presidenta Bachelet, simplemente brilló por su ausencia. Con estas conductas los mandatarios reunidos en Santiago desvalorizan y desprestigian, no sólo a los propios participantes, sino a la democracia en general. Conductas así suponen un paso atrás en la cooperación política, falta de modernidad y un absurdo en el entorno global de las relaciones. Este tipo de anécdotas, aún siendo solamente eso, provocan en la ciudadanía un desencanto con la democracia y la política.

Y así, ofreciendo semejante espectáculo, algunos participantes amparándose en la democracia y otros en el populismo, la cumbre se cerró como un último intento para superar el patrón de exclusión social y política que ha marcado América Latina desde los tiempos anteriores a la conquista. Patrón que los procesos de modernización y democratización implantados desde la década de los noventa, no han conseguido mejorar. Si bien es cierto que la región atraviesa una época de crecimiento económico sin precedentes, el proceso democrático no ha profundizado hasta ahora en la calidad de la democracia y la demanda social no ha sido satisfecha. Teniendo los estimadores económicos favorables, es el momento de invertir en instituciones de calidad que cumplan su papel democrático como son un Parlamento que represente y legisle, un poder judicial que imparta justicia con equidad, una Administración que rinda cuentas. De igual modo la democracia de calidad exige a sus ciudadanos que se participen en la vida pública, para ello han de estar formados, sanos, seguros e informados.

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